¿Quién decidió que un niño con cáncer es un héroe? ¿Cuándo decidimos que nuestros hijos tenían que ser unos guerreros? Las palabras son importantes, tienen significado, por mucho que queramos dotarle de otro distinto. No, nuestra hija no fue una heroína, tampoco se lo pedimos. Nuestra hija no fue una guerrera ¿Dónde están sus armas? ¿Podía hacer ella algo? Nuestra hija no fue una luchadora, ¿contra quién? ¿contra qué? Ella sólo era una niña, sana, feliz, amada, hermosa, que tuvo la mala suerte de enfermar. Izas fue valiente, aguantó todas las pruebas, pinchazos, goteros, mecidinas… Izas fue una campeona haciendo una rehabilitación que lo costaba un esfuerzo inimaginable pero que no tenía sentido, pero que con un diagnóstico erróneo creíamos que era necesaria. Pero no, no fue una luchadora. La responsabilidad de curarse nunca fue suya, nunca estuvo en sus manos, sólo la medicina podía hacerlo. ¿Cuándo decidimos que debíamos cargar a los niños con una responsabilidad tan grande? Ellos no deciden vivir o morir, no deciden tener cáncer o cualquier otra enfermedad grave, ellos no deciden. Ni siquiera en edades tempranas piensan que pueden vivir o morir, sólo quieren estar sanos para volver a casa, para volver con sus amigos, para jugar… Llamemos a las cosas por su nombre, sólo la medicina, sólo la investigación médica es la que puede librar esa batalla. Porque cada vez que decimos que ese niño o ese adulto ha ganado “la guerra” indirectamente estamos diciendo que otros son perdedores, y mi hija no perdió, murió pero no perdió. No, nuestros hijos no son héroes, no son luchadores, son sólo niños a los que hay que cuidar, a los que hay que apoyar, a los que hay que animar, a los que hay que amar. Las luchas las libramos otros, los adultos con una enfermedad, que decidimos que actitud tomar, pero sólo la actitud, sólo querer vivir…no es suficiente. La lucha real está en la investigación médica, ellos son los que tras su microscopios elaboran estrategias, atacan y contra-atacan, los que se baten en retirada. Y nuestros pequeños son los peones de ese tablero en el que caen piezas, otras se mantienen en pie con lesiones más o menos permanentes y otras consiguen seguir en él. No les damos esa responsabilidad cuando tienen gripe o se rompen una pierna, pero sí cuando tienen una enfermedad grave. Quizá, como adultos, como padres, no queremos aceptar que no está en nuestras manos, que no depende de nosotros, que no podemos curar a nuestros hijos aunque lo deseamos con todas nuestras fuerzas, pero tendremos que asumir, alguna vez, que de nosotros sólo depende buscar todas las opciones e intentar elegir la mejor. Dejemos que nuestros niños con una enfermedad sean sólo NIÑOS.
No son héroes