Educación emocional en estado puro

Educación emocional en estado puro

cuentosLa semana pasada realizamos una intervención que fue un reto, un gran y gigantesco reto.

Junto con Rosa, la psicóloga de la AECC, fuimos a un instituto para dar acompañamiento, empatía, calor y amor a M, un niño con un tumor cerebral, a M. y a sus amigos y compañeros. Casi todos sabían que M. tenía cáncer, pero no se hablaba de ello, y si no se habla, dificilmente se puede comprender y menos todavía acompañar.

Los compañeros de M. supieron que a veces el cáncer “no se ve a simple vista”, pero eso no significa que no exista, conocieron de la dureza de los tratamientos, supieron la rabia que M. siente, porque…sí, M. estuvo en la charla y participó, nos contó cómo se sentía, y sus compañeros le escucharon con toda la atención que ya querrían sus profes cuando les explican las ecuaciones o la sintaxis.

Por supuesto, tuvimos también la reunión formativa con los profes y para finalizar otra con los padres.

Unos profes generosos, que adaptaron los horarios a cada charla, pues, como debe ser en estos casos, no hay horarios, cada curso es diferente y duran…lo que los niños/jóvenes deciden. Unos profes que transmitían calidez en cada gesto y en cada palabra, a los que estamos agradecidísimos por el interés, la comprensión y la amorosa intención de ayudar a M. y a sus alumnos.

¿Por qué fue un gran reto? Porque en ese instituto no sólo estaba M, había una presencia que era una ausencia, flotaba el dolor por la ausencia de I.

En esa clase estaban los amigos de I., cada uno con sus recuerdos y su dolor por la muerte de su amiga hace unos años, muchos de sus compañeros no sabían que habían vivido una experiencia tan dolorosa; tampoco sabían que una vez al año se juntan para hacer un mercadillo y recaudar fondos para la investigación del cáncer infantil, pero sobre todo, desconocían que con sólo 11 años, habían perdido por el cáncer una fantástica amiga, y que eso deja una huella indeleble en sus corazones.

La corriente de amor, de comprensión y de cariño que en ese curso se creó fue indescriptible, hubo lágrimas, muchas, hubo rabia, inmensa, pero sobre todo, hubo amor, recuerdo y empatía.

La charla con los padres fue muy intensa, porque no sólo estuvo la mamá de M. sino que también estuvo la mamá de I. Intentamos entre todos, Rosa, las dos mamás y yo misma, que entendieran la dificultad emocional que conlleva un hijo con cáncer, los miedos, los cambios de humor, la necesidad de acompañamiento y la necesidad de soledad también. Una contradicción en estado puro como lo es que un niño tenga cáncer.

Y sí, hablamos también del silencio, ese silencio que se produce cuando un niño muere, y todos esos papás y mamás, supieron que nos gusta hablar de nuestros hijos, porque están muertos, sí, pero siguen siendo nuestros hijos.

Un reto físico, estuvimos desde las 9:30 hasta las 16:30 sin apenas descanso, un reto emocional porque no es fácil tampoco para nosotros lidiar con nuestras propias emociones y las de los jóvenes, profesores y padres y un reto porque abordábamos por primera vez en un mismo centro la enfermedad de uno de los alumnos y la muerte de otra alumna. Un reto que sin Rosa, su profesionalidad y su experiencia, no hubiéramos conseguido.

La última palabra la tienen esos 180 niños, los 20 profes y los 40 padres que asistieron, pero nosotras, Rosa y yo, salimos emocionadas con el convencimiento de que estos adolescentes serán mejores adultos que nosotros, sin duda.

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